6. La difusión de la revolución industrial
Desde finales del Siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, la industrialización se extendió por Europa de manera lenta y desigual, si bien Gran Bretaña mantuvo el liderazgo económico a lo largo de todo el siglo XIX.
El cambio en los países europeos se inició con un aumento de la productividad en la agricultura. La introducción de nuevas máquinas provocó un excedente de mano de obra agrícola y el trasvase de mano de obra hacia la industria.
Sin embargo, la industrialización en Europa siguió un modelo diferenciado al inglés. Éste promovía la iniciativa privada mientras que en el contexto europeo el Estado impulsó la industrialización. Para ello los Gobiernos estimularon la construcción de ferrocarriles, el desarrollo de la banca y las leyes empresariales. También promovieron una legislación laboral favorable a los intereses empresariales y la creación de leyes protecciones para evitar la competencia extranjera.
Como resultado de este proceso, la población y la economía europeas crecieron de forma notable. Europa pasó de 146 millones de habitantes en 1750 a 275 millones en 1850. La producción y el comercio alcanzaron un gran desarrollo, y se construyó una extensa red de ferrocarriles.
Si embargo, la expansión industrial por Europa no seguiría un proceso igualitario, sino que los países del noroeste fueron los que se desarrollaron más rápidamente, a diferencia de los países mediterráneos y del este, donde subsistieron antiguas formas de organización económica, política y social.
Así, en 1850, Gran Bretaña, Francia, Bélgica y algunas regiones alemanas, checas y austriacas destacaban como zonas industrializadas y muy pobladas. Las áreas industriales eran principalmente regiones carboníferas y siderúrgicas ( Lancashire, Yokshire en Gran Bretaña, el norte de Francia, Bélgica, la cuenca del Ruhr en Alemania) , los grandes puertos del Atlántico y del Mar del Norte ( Liverpool, Rótterdam, Hamburgo) y las capitales de estos Estados ( Londres, París, Berlín...)
Bélgica fue el país más industrializado del continente europeo gracias a la eficaz política económica del joven gobierno surgido de la independencia de 1830 con respecto a Holanda. Debemos mencionar el importante papel de la industria siderúrgica en torno a Lieja y una red ferroviaria construida a cargo del Estado. La banca belga Société Générale permitió grandes inversiones en distintos sectores (en especial en la industria textil y el sector ferroviario). En muchas ocasiones empresas belgas compraron minas fuera de su territorio (como en España), ejerciendo el monopolio del zinc.
En Francia las circunstancias que condicionaron la Industrialización fueron similares a las británicas, pero más tardías, imponiéndose a partir del II Imperio. Entre las circunstancias citamos: el aumento de la población y con ella de una mano de obra barata; las transformaciones agrarias de la Revolución Francesa, que terminaron con la evolución del siervo a campesino dueño de sus tierras, con lo que apareció un modelo de explotación basado en pequeñas explotaciones suficientes para el mantenimiento del campesino y su familia, que comercializaba un pequeño excedente. Ello provocó una escasa capitalización y poca emigración del campo a la ciudad, contrario a lo que sucedía en Inglaterra; el desarrollo del ferrocarril; el desarrollo de las industrias textil y siderúrgica; la aparición de las sociedades de ahorro como el Crédit Mobilier de los hermanos Pereire. A diferencia de Reino Unido, el Estado fue intervencionista.
En Alemania la condición previa para la industrialización era la unificación aduanera, que se consiguió con el Zollvereín de 1834. La industria se concentró en la siderurgia —cuya demanda procedía de los ferrocarriles y locomotoras— aprovechando las reservas de carbón y de hierro del Rhur, Sarre y Silesia.
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